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Felipe Osterling y sus «Páginas del Viejo Armario»

Abr 26, 2005 | EL RIMENSE

Por Luis Bedoya Reyes

Pienso que “Paginas del viejo armario” tal vez lo sean en sentido puramente mecánico y acumulativo de los recuerdos archivados, pero tienen la frescura y el buen aliento de la madera joven, más cerca del bosque original que de los trastos arrimados en el desván.

Alentado por la anterior evidencia, prosigo.

Al asumir el Ministerio de Justicia en 1980, Felipe Osterling se desconectó del Sporting Cristal, equipo de fútbol que durante quince años lo contó entre sus dirigentes. Pocas páginas tan anecdóticas como aquellas en que relata la noche entera que pasó en una comisaría de Buenos Aires, repartiendo pizzas y botellas de leche a los veintidós jugadores del Cristal y Boca Juniors, detenidos y procesados con ocasión de disputarse la Copa Libertadores de América en el verano de 1971. Como deferencia, fue designado presidente de la delegación del Sporting Cristal rumbo a Buenos Aires para competir con el Boca Juniors en la famosa Bombonera. En Lima, se había ganado al Boca por dos a cero, por lo que era de esperar la venganza del adversario en su propia cancha. El partido se transmitía por satélite. Los peruanos empataron cinco minutos antes de que el partido finalizara y, estando 2-2, se inició una gresca. Suñé, defensa del Boca, con el banderín del córner en mano, persiguió a Alberto Gallardo por la mitad de la cancha. De pronto, Gallardo se paró, dio media vuelta y, con una chalaca al mejor estilo, alcanzó la cara de su perseguidor con los toperoles del botín, y Suñé cayó sangrando. Restablecido el orden por la fuerza pública, el árbitro sacó tarjeta roja y expulsó a la totalidad de los jugadores, dando por terminado el partido sin que nadie pudiera explicar cómo había empezado la gresca.

Osterling, presidente del club deportivo en gira internacional, había tenido un bautizo con sangre y no sabía, ya en el camarín, si felicitar a los jugadores por el empate, reprenderlos por la situación de violencia, consolarlos o sabe Dios qué. Seis jugadores peruanos estaban seriamente lesionados y se debatía si llevarlos o no a una clínica cuando alguien tocó enérgicamente la puerta. Era un teniente de la Policía acompañado de un pequeño pelotón de efectivos. Preguntó por el responsable del equipo y lo notificó: “el once va preso”. Osterling pensó que estaban hablando del asunto Suñé-Gallardo, quien jugaba con el número once, e intentó su defensa personal. El teniente lo cortó y dijo lacónicamente: “los once van presos, todo el equipo está detenido y me acompañan a la seccional”. Resulta que, conforme a una disposición legal en Buenos Aires, cuando se producen agresiones en el campo de juego, los responsables van a prisión por treinta días. En un tétrico silencio y sin comentarios, salieron todos del camarín escoltados por los policías camino a la comisaría, en medio de silbidos de indignados hinchas del Boca que comenzaron a tirar piedras y hasta ladrillos.

Para Felipe Osterling, nunca se borrará el mal recuerdo de la Seccional 24 del barrio de La Boca en esos momentos: inerme, sin autoridad y preso en una comisaría del barrio en el extranjero y en día feriado. Pronunciarse sobre la detención, desde ese instante, correspondía solo al Gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Nuestros jugadores recordaron el viejo dicho “mal de muchos, remedio de tontos” cuando vieron llegar al autobús que traía al equipo argentino con los dirigentes del Boca Juniors. Temieron que un traslado de la cancha a la comisaría pudiera reiniciar la gresca, pero “en el dolor, hermanos”, la solidaridad entre los detenidos transformó el encuentro en una cordialísima relación. Todos se acomodaron en el corredor, charlando sentados en bancas o en el suelo, negándose a ingresar a las celdas disponibles. La única celda ocupada lo estaba por una prostituta que, con voz lastimera, explicaba que no tenía dinero para pagar los quinientos pesos que le había impuesto el juez de Faltas. Dice Osterling que, ante ese drama, los feroces combatientes de unas horas antes, conmovidos casi hasta las lágrimas por la prostituta, hicieron una colecta y liberaron a la mujer. Por cierto, ni embajador ni cónsul fueron habidos y allí durmieron después de saborear unas suculentas pizzas traídas por un anónimo hincha del Cristal que, de puro fanático, viajaba por su cuenta cada vez que el club salía de gira. Peruanos y argentinos dieron cuenta de las pizzas y de los botellones de leche, acompañados en ese menester por los policías que compartieron comida con los detenidos. Fieles a nuestra alborotada tradición, en Lima varios grupos de frenéticos se habían reunido frente a la Embajada Argentina para apedrearla y el saldo fue lunas rotas y noticia internacional. El Presidente Osterling fue informado por alguien que el Presidente Velasco Alvarado estaba irritado en razón del incidente. Grata fue la sorpresa cuando al día siguiente un conserje de la Embajada del Perú en Buenos Aires fue portador de un telegrama lacónico y castrense de Velasco: “Señor doctor Felipe Osterling. Felicítole por la hombría, entereza y coraje con que ha jugado anoche el equipo cuya delegación usted preside. Afectuoso saludo”. Nuestro embajador intervino. El Gobernador de Buenos Aires sancionó severamente con treinta días de cárcel a los veintidós jugadores y, momentos después, los indultaba dejándolos en libertad. La condena y el indulto se dictaron en actos sucesivos e inmediatos. Así salieron los jugadores de la Seccional 24 y Osterling con ellos.

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